El Misterio Y Otros Cuentos - Anton Chéjov
Cada año por Navidad, desde hace trece años, el consejero de
Estado Navaguin encuentra entre las firmas del libro de visitas la de un tal
Fedinkof.
El Sr. Navaguin no sale de su asombro pues no sabe quién
puede ser, ni cómo ni cuándo entra en su casa para firmar.
Arrastrado por la curiosidad, finalmente decide recurrir a su
esposa para que intente contactar con Fedinkof mediante sus técnicas de médium.
¿Realmente se trata de un espíritu errante o es una mano de
carne y hueso la que estampa la firma?
Los cuentos de Antón Chèjov han sido reconocidos
internacionalmente por su ingenio y calidad literaria, así como por su
habilidad para definir ambientes y trazar historias con pocas palabras.
El Misterio
La noche del primer día de Pascua, el consejero de
Estado Navaguin, después de haber hecho sus visitas, tornó a su casa y tomó en
la antesala el pliego de papel en donde los visitantes de aquel día habían
puesto sus firmas. Se mudó de traje, bebió un vaso de agua de seltz, se sentó
cómodamente en una butaca y comenzó la lectura de aquellas firmas. Al llegar a
la mitad del primer pliego se estremeció y dio muestras de asombro.
-¡Otra vez! -exclamó golpeándose la rodilla-. ¡Es
pasmoso! ¡Otra vez ha firmado ese diablo de Fedinkof, que nadie conoce!
Entre las numerosas firmas había, en efecto, la de un
Fedinkof. ¿Qué clase de pájaro era ese Fedinkof? Navaguin, decididamente, lo
ignoraba. Pasó mentalmente revista a los nombres de sus parientes, de sus
subordinados; exploró en el fondo de su memoria su pasado más lejano, y nada
descubrió parecido, ni remotamente, al nombre de Fedinkof. Lo más
extraordinario era que, en los últimos trece años, ese incógnito Fedinkof
aparecía fatalmente en ocasión de cada Pascua de Navidad y de cada Pascua
florida. ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Qué representa? Nadie lo sabía, ni
Navaguin, ni su mujer, ni el portero.
-¡Esto es increíble! -se decía Navaguin paseándose por
el gabinete-; ¡es extraordinario e incomprensible!... ¡Llamen al conserje!
-gritó asomándose a la puerta-. ¡Esto es diabólico! No importa; yo he de
averiguar quién es... ¡Oye, Gregorio! -añadió dirigiéndose al conserje-; otra
vez ha firmado ese Fedinkof. ¿Lo has visto?
-No, señor -contestó el conserje…..
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